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Diario de sueños: cuatro sueños en una semana

Hace tiempo tenía un diario.

Ahí empecé a escribir mis sueños, entre otras cosas. Llegué a apuntarlos frecuentemente. Con el tiempo, empecé a dejar de escribir lo que me pasaba y mis reflexiones, pero seguí escribiendo los sueños que tenía. Así, pasó a ser, más bien, un diario de sueños. Con el tiempo, también abandoné esa costumbre. Lo he comprobado: el último sueño apuntado en racha se quedó en abril de 2016. Después, unas pocas notas esporádicas, hasta agosto de 2018 (y una más, solo una, en 2019). Muchas veces, desde entonces, he soñado cosas que he contado a alguien, o que me guardaba celosamente, y me solía decir que debería volver a escribirlas en el diario de sueños, pero no lo hacía. Muchas veces recordaba los sueños a primera hora y, por no apuntarlos enseguida, volaban al olvido, horas después. Esta semana, por lo que sea, he podido recordar y recoger, bien y pronto, varios sueños, con lo que he vuelto a guardarlos con cierto orden. Esta vez -de momento y para variar- en un documento digital. Me fascinan los sueños: sus conexiones improbables y saltos inesperados, sus coherencias del absurdo, sus enganches imaginarios de las imágenes, sus sensaciones engañosamente realistas, su tacto etéreo y su ahondamiento aleatorio; sus recursos, medio biográficos, medio inimaginables, y sus aristas indistinguibles. Por ese interés fresco, impredecible, inasible, por esos mundos locos que lo mismo estimulan la imaginación que aterrorizan, me ha apetecido compartir estos sueños, de momento, y seguramente más, a partir de ahora. Cambiaré, lo único, las identidades de las personas mencionadas, por ser cara al público y no querer comprometer a nadie (a mí, el primero) con las turbulencias que pueden causar los reconocimientos personales.

Allá van: cuatro sueños soñados esta semana.





Un demonio en el supermercado
(8 de diciembre de 2019)

He soñado que estaba en una clase y me robaban la silla, iba a otra clase a coger una silla y, cuando volvía, veía quien me había cogido la silla (a todo esto, las sillas eran diferentes, y yo tenía una silla con ruedas y cómoda, que era la que me robaban). Intentaba recuperar mi silla pero entonces perdía también la otra. Además, en la clase había que tener una cuenta de Twitter, era parte de la asignatura, y yo tenía un póster con mi cuenta, pero estaba cambiado. Tenía puesta la foto de Trump con una sonrisa maligna, un nombre de coña, etc. Me habían hackeado el póster y la cuenta (yo entendía que estaban unidos). Entonces entraba el profesor, y era un tipo bastante estúpido, se ponía a recriminarme cosas de la cuenta de Twitter, sin dejarme explicar que había sido hackeada. Entre otras cosas, desde la cuenta se había puesto algo de que era el "Día de la vida". A todo esto, el lugar se había transformado en un supermercado. El profesor hablaba desde la puerta, medio en la calle: "¿Qué es eso del 'Día de la vida'?", me regañaba. Yo empezaba a tener un mal presentimiento. Entonces, tras él, aparecía andando un ser gigante, solo se veían un brazo y una pierna enormes y rojas: era un demonio. Yo le avisaba al profesor que se quitara de ahí, pero no hacía caso. Se paraba detrás del profesor y creo que acababa con él, aunque eso yo no lo llegaba a ver. Sabía que venía a por mí y huía hacia el fondo del súper. Él me seguía, pero ya con forma humana de un chico (creo que medio asiático). Iba hablando, haciéndose el interesante y soltando indirectas de por qué iba a por mí (pero de lo que decía no me acuerdo). Cuando yo estaba algo acorralado me empezaba a lanzar cosas que había por allí, entre otras cosas, un balón de baloncesto o una especie de hilo. Yo lo esquivaba y me tapaba como podía hasta que al final saltaba hacia él con un balón de baloncesto, dispuesto a lanzárselo. Finalmente, de alguna manera, consigo reducirle. Entonces él se ponía a la defensiva, como diciendo mira, que él no me había hecho nada, solo lanzado tonterías; intentando convencerme de que tuviera compasión por él. Ahí me he despertado, así que no he sabido más.



Cuidado con los fetos
(11 de diciembre de 2019)

He soñado que estaba con unos amigos en la calle, entre ellos, S. (amiga). Nos encontrábamos con D. (antigua conocida), que pasaba con un carrito de bebé. Venía a saludarme efusivamente, y me extrañaba que no saludara en ese momento a S., que había sido más su amiga, de jóvenes. Ambos la acompañábamos un rato, y terminábamos en una zona de bosque. Allí ellas desaparecían y encontraba a otro amigo que me enseñaba su "bebé", que era un feto que llevaba en la palma de la mano y me invitaba a coger. Yo lo cogía y se me ocurría lavarlo por mi cuenta en el río que había allí cerca. Al hacerlo, encontraba otro feto en el río, que yo daba por hecho que también era del amigo. Sin embargo, no sé qué hacía al "lavarlos", porque que terminaba con ellos (creo que los dejaba a secar y entonces, cuando no estaba mirando, se caían al río). Culpable, me preguntaba si el amigo se lo tomaría muy a mal. He despertado con muy mal cuerpo, sobre todo en un primer momento. Cuando he sido consciente de que solo había sido un sueño, me he sentido terriblemente aliviado.



Tirándose por el barranco
(12 de diciembre de 2019)

En este sueño, estaba cerca de una especie de presa. Era una zona de barranco, y, más allá, estaba la pared de la presa. La altura era enorme. Abajo, una masa de agua, una especie de lago. Yo sabía que N. (señor de posición distinguida) se había tirado desde la presa al agua, en una gran caída pero con un buen aterrizaje en el agua. Ahora, yo estaba en la zona de barranco, en lo alto. En el borde estaba G. (compañero de N.) en bañador, dispuesto a saltar. Cogía algo de impulso y saltaba al vacío, hacia el agua. Le veía caer. Parecía que se iba a dar con las rocas... Y, efectivamente, se daba contra las rocas. Rebotaba con el pecho contra unas rocas, verlo dolía. Volvía a salir por los aires un poco y volvía a caer y rebotar con el pecho en las rocas. Esto ocurría una y otra vez. El salto en esa zona había sido una pésima idea. De pronto, me doy cuenta de que ya no está cayendo, aunque sigue rebotando contra las rocas. Enseguida me explico lo que está pasando: una fuerte corriente de aire caliente le está manteniendo en el aire, sin caer ya, y, de hecho, coge tal fuerza que hace que empiece a subir. Me aparto del borde mientras veo que sube a toda velocidad, impulsado por el aire, y G. cae de pie en lo alto del borde del barranco. Sorprendentemente, tiene muy pocos rasguños en el pecho, ese que debería estar tan magullado por los rebotes contra las piedras, pero, por contra, ha perdido el brazo izquierdo, y en su lugar solo queda un hombro-muñón ensangrentado.



Hollywood renacentista
(14 de diciembre)

Iba con D. (amiga) en un autobús colorido, nos movíamos por Hollywood. Los colores de la ciudad los asocio, no sé por qué, a los setenta, todo un poco hippie. Llegábamos a una zona donde había un montón de niños vestidos de época renacentista. Allí reconocía a D. (niña), con un vestido color marfil, muy adornado con todo tipo de remates florales, y falda de menina (guardainfante, o falda tambor, o verdugado francés). Armábamos algo de jaleo al llegar con el autobús, pero pronto marchábamos a otro lado, bajo el cielo azul y las palmeras, y adelantábamos a K. (hombre, familiar), que iba junto a un actor famoso (creo que era Ryan Reynolds pero también tenía algo de Ryan Gosling y Russel Crowe). Yo les saludaba y les hacía muecas desde la ventanilla de atrás, y ellos me respondían con risas y otras muecas. Tengo la impresión de que hacíamos más recorridos y paradas por Hollywood, pero no recuerdo más.


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