Leo con nostalgia el mensaje de una antigua amiga que hace más o menos un año me escribía, tras ponernos un poco al día después de años de desconexión, sorprendida de que estuviera dedicándome sobre todo al mundo audiovisual, sin haber escrito algo publicable. Yo creía, me decía, que para este año ya estarías publicando un libro. Seguro que tienes algo por ahí, ¿no? Aunque sea una recopilación de relatos. Algo se me clava en el pecho. No tuve nada que decirle, ni lo tengo. Vaguedades. Y guardarme la pena de no haber hecho honor a sus expectativas, ni a las mías.
Tengo un sentimiento paradójico con Internet y sus redes. Por un lado tengo un maldito vicio con las redes sociales, y dedico demasiado tiempo a leerlas y releerlas, como si fueran a darme algo especial, más allá de entretenimiento temporal y a menudo superficial, o como si me fuera a esperar una notificación especial de algo que me fuera a hacer... ¿más feliz? Por otro lado, tengo muchas ganas de comunicarme más a menudo y abiertamente sobre temas que me interesan, de todo tipo, y cuando pienso en hacerlo pienso, obviamente, en hacerlo a través de las redes sociales (llevo mucho tiempo pensando en ideas para vídeos, por ejemplo, pero no me termino de lanzar a ello). Está claro que hay un montón de ventajas en estas plataformas, y seguro que por muchas de ellas estamos aquí viciados, pero desde hace un tiempo también noto cosas que no sé si son puramente humanas e inevitables, o están exacerbadas por estas plataformas (que es lo que parece), pero que llevan a ambientes muy polari...
Comentarios
Publicar un comentario