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Cada día soy uno

No es que no sepa quién soy, es que cada día soy uno.



Piensa en un hipotético desconocido que te enerva porque se pone borde contigo en una situación aleatoria. Si supieras que tiene un problema mental, le perdonarías la indiscreción enseguida. Entonces, ¿por qué no tomártelo como que tuviera un problema mental y dejarlo pasar enseguida? Claro que, ¿qué dice eso de ti y de tus prejuicios y paternalismo hacia la gente con problemas mentales? ¿De pronto te descubres en una luz que te deja feo y eso te incomoda? ¿Vas a solucionarlo? Entonces... ¿ahora pasarás a ser implacable con el que tenga un problema mental, con el santo propósito de no discriminarles?



La inminencia de lo ineludible minimiza la impresión de que se pueda hacer lo imposible.



Hay un pequeño terror que se esconde en el buzón cuando no puedes ver su contenido desde tu altura, y para comprobar si hay algo, sin mirar, metes la mano hasta el fondo.



No sé si es paradójico: a los populistas me los creo más y a la vez, me fío menos. (O igual, simplemente, soy de pueblo).



Los paréntesis son como un refugio antinuclear en el sótano: cercanos pero apartados, antiestéticos pero prácticos, desaconsejables pero seguros.



Un niño a otro en primera fila para ver un paso de Semana Santa.
—No tienes huevos. ¡No tienes huevos! Y no es por picarte. Vamos, yo tampoco.



Llevo cerca de treinta años aprendiendo a escribir, y cualquier día de estos aprendo.



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