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La escritura es una caza de mariposas

Escribo para ser inmortal. Y por inmortalidad me refiero al día siguiente de mi muerte.



De mayor quiero ser todo.
Y de todos.



La historia de un hombre que se equivoca de piso, pero como va mirando el móvil, no se da cuenta y mete la llave igualmente. Y la cerradura gira. Y la puerta se abre. Y no hay nadie en la casa. Y no es su casa. Pero su llave funciona. Y se da cuenta de que le gusta la casa. Y en lugar de cerrar por fuera, cierra por dentro.



Escribo mejor cuando friego.



La escritura es una caza de mariposas. La escritura es una excusa para la caza. La escritura es atravesar una mariposa con un alfiler.

Incontables mariposas revolotean a nuestro alrededor, desde antes de abrir los ojos a primera hora de la mañana y hasta después de haberlos vuelto a cerrar para dormir. Son tantas y tan uniformes que estamos acostumbrados a ellas, y las ignoramos automáticamente. El artista, que tiene alma de cazador, no puede evitar fijarse en las mariposas que desentonan de vez en cuando; a veces es una visión fugaz, otras, la mariposa extraña revolotea sin huir cuando el cazador se acerca. A algunos les basta con contemplar un rato la mariposa y, el impacto es tal, que se vuelven capaces de engendrar mariposas de colores similares. Otros, más torpes, tienen que cazarlas cuanto antes, y vuelven a casa emocionados, con la mariposa todavía revoloteando, vivaracha, en un tarro, impacientes por ensartar el cuerpo del insecto. Las mariposas no son más especiales por su belleza. Hay mariposas horripilantes, mariposas de pesadilla, de podredumbre, de óxido, de corrosión. Mariposas engañosas y punzantes, mariposas escorpión. Cada cazador tiene sus especies preferidas. Pero todas comparten una vida efímera. Los cazadores las matan, se dicen, para inmortalizarlas. El naturalista se escuda en la necesidad de su tarea. Los hombres deben conocer, se dice. Creo que he encontrado una nueva especie, tantea. En la mayoría de los casos, sin embargo, su caza está guiada por el ego del coleccionista que, ante todo, cree que lo que ve en sus vitrinas le pertenece.



La escritura engendra escritura.

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