Cuando pienso en mi futuro y en mi forma de hacer las cosas, siempre aspiro a una especie de ideal de perfección. Cuando me miro con ese filtro, quiero comportarme de manera intachable y ejemplar, y criar unos hijos (que ni tengo) modélicos que serán llamados a iluminar el camino del mundo, contribuir a un nuevo futuro brillante e inspirar a todos a alcanzar nuevas cotas de compasión, amor, servicio mutuo, colaboración, creación, progreso, libertad, respeto, conocimiento, realización, consciencia,... en fin, todo lo imaginable. Y sin embargo, ¿a quién le importa? No va a caer ninguna nube de benignidad sobre el mundo, y de hacerlo, solo soy capaz de imaginarla tan unificadora y neutralizadora de la variedad que me dan escalofríos. Nuestro impacto es mínimo, apenas somos capaces de influirnos a nosotros mismos y soñamos con influir al universo. Pero no es ya por eso. Es, simplemente, que ser egoísta al final es igual de válido, uno puede ser tan dejado como quiera y todo se va a ir al garete igual. Comer y rascarse puede ser suficiente, aunque sea en medio de una pocilga. Pero cualquiera prefiere usar la vajilla limpia. Por eso hay que fregar. Necesitamos tener dónde ensuciar.
Nos dejaron sin cigüeñas. Nunca fueron nuestras. Tampoco suyas. Ha muerto un hombre alegre. Tras la pena, hay que volver a la alegría, más alegría aún: más fuerte, más plena, más tranquila, más sincera, más sencilla, para compensar la que se fue. Unas pocas palabras pensando en Luis Eguílaz , el día en que descubro que nos ha dejado.
Ese existencialismo puede contener empatía hacia quien sufre y albergar un deseo sincero de ayudarle en la travesía de la existencia. ¿Ayudarle a qué? A ser más feliz y tener una vida más plena.
ResponderEliminarPara mi, simplemente eso, el ayudar a los demás, ya le da sentido a la propia vida. Aunque no haya nada más después.