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La tentación de los sirvientes

En una entrevista a Pedro Duque por su nuevo cargo de ministro (la de Susanna Griso en Antena 3), menciona en algún momento que se reparte las tareas del hogar con su mujer. Me choca que tanto él como su mujer, que es diplomática, tengan la necesidad de ocupar su tiempo con tareas domésticas, pudiendo permitirse, imagino, que se las hagan. En definitiva, que no puedo evitar preguntarme cómo es que ha desaparecido la figura de los criados. La idea de tener criados nos retrotrae a tiempos viejunos y rancios, de señoritos, clases, nobles, y penosas desigualdades como las de Los santos inocentes de Delibes. La repulsa es natural, pero me sorprende que el rechazo se haya popularizado tanto como para que se haya extendido una especie de noción de que tener personal de servicio -para los que se lo pueden permitir, claro- sale menos a cuenta que los beneficios que estos servicios podrían aportar. ¿No hay alguna manera de hacerlo bien? No es que abogue por una interinidad y un personal que viva por y para los señores de la casa en un ala apartada de la mansión (no abogo por nada, en realidad, solo doy voz a mis pulsiones hedonistas), pero se podrá contratar a alguien de confianza que limpie de vez en cuando, o quizás cocine, o esté un poco pendiente de las reparaciones del hogar. Igual solo soy un maldito vago. Pero entre hacer las cosas del día a día y trabajar, nos quedan solo migajas de tiempo para lo demás, y eso sin contar con posibles cargas familiares, que entonces ya ni eso.

Podría argumentar posibles beneficios sociales de tener servicio doméstico, y resaltar que, en cierto modo, ya se llevan a cabo de formas parecidas en otros ámbitos, al fin y al cabo en muchas empresas se contrata la limpieza, la cocina, y otras tareas que permiten al resto de trabajadores centrarse en el objeto de la empresa. Y hasta cuando compramos un bocadillo no dejamos de alquilar un servicio ajeno para que nos cocinen lo que nosotros no hemos tenido tiempo de hacer. Pero en el fondo, solo estoy pensando en la bella (probablemente egoísta) perspectiva de tener el máximo tiempo libre disponible, tanto para trabajar en lo que nos gusta, como para dedicarnos a disfrutar de nuestras aficiones y relaciones personales. Es posible que ese deseo me ciegue, pero a veces, cuando me toca hacer la limpieza, el mantenimiento de la casa, la comida..., fantaseo con la idea de poder encargar a otra persona con ello, y así dedicarme a leer, escribir, pintar, jugar a juegos de mesa, ver películas, perder el tiempo en Internet, quedar, rascarme, besar y lo que surja.



Poco después de pensar estas cosas, me crucé casualmente con un poema de Ezra Poud que me recordó la mejor razón de por qué no está nada mal no tener "sirvientes" (negrita mía).

El desván

Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros.
Ven, amiga, y recuerda
que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos,
y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos.
Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros.

La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.

Ezra Pound

Una casa para ilustrar nada

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