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Deberíamos rezar más a los humanos

Deberíamos profesar devoción por los científicos. Hacer reverencias en su presencia. Honrar sus memorias en altares. Dedicar un día de la semana a celebrar sus logros. Organizar procesiones por sus hallazgos. Leer en alto sus conclusiones en reuniones de grupos numerosos. Pasar la cesta para contribuir a su investigación. No hacer de la ciencia una religión, pero sí una religión de la ciencia. Una religión basada, al menos, en el reconocimiento y el agradecimiento. Por habernos salvado la vida. Tantas veces. Y de tantas maneras. Y tantas posibles veces. Y de tantas posibles maneras. Que no podemos ser ni conscientes. Por hacernos el regalo del tiempo libre, que no tuvieron nuestros tatarabuelos, a no ser que fueran de alta cuna. Por hacernos el regalo de la vejez, que no tuvieron ni siquiera muchos de la alta cuna. Si te gusta estar vivo y tener tiempo para hacer lo que te gusta, seguramente se lo debes a un buen puñado de científicos, algunos geniales, otros mediocres, algunos buena gente, otros estúpidos, pero que, de una forma u otra, dedicaron su vida a hacer que la tuya, y las de muchísimos más, fueran esa milésima, o esa millonada, más agradable que la de todas las generaciones que te precedieron.

Deberíamos rezar más a los humanos.

A los albañiles y a los arquitectos y a los agricultores y a los ganaderos y a los fontaneros y a los comerciantes y a los cocineros y a los electricistas y a los carpinteros y a los metalúrgicos y a los artistas y a los industriales y a las modistas y a los tejedores y a los camareros y a los mecánicos y a los profesores y a los y a los y a los y a los.

A los que hacen de tu vida la puta gozada que es. A los que nunca conociste, pero que se han asegurado de que tu culo esté cómodo. A todos los que das por supuesto. A todos los que jamás te debieron nada, y a los que tú debes todo.

Imagen: Conversaciones con Carmen (1) [Marzo, 2018]

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