Un no creyente y una creyente en crisis se enamoran. Ambos son conscientes del dilema, y aunque se quieren, no quieren empezar una relación, ya que la coherencia con sus formas de ver el mundo es importante para ellos, y no ven cómo podrían conciliar sus diferencias en un futuro juntos. Él, egoístamente, confía en que la crisis que ella tiene pueda llevarla a dejar de creer. Eso seguramente facilitaría el futuro. Quizás eso haría factible la relación. Ella siente que hay algo más, no puede evitar intuir un dios, pero no lo ha experimentado. Ahí radica su crisis: busca y no encuentra una experiencia de Dios. El tiempo pasa, la cuerda se tensa. El amor se hace insoportable y estalla. Las diferencias dejan de importar: los polos opuestos no solo se atraen: chocan, colapsan, chispean, se abrazan, llueven, giran, tormentan, se besan y relampaguean. Después de un poco, truenan. La relación progresa, pero nada cambia. La cuerda se tensa: así no se puede plantear un futuro realista cerca. La...