Un no creyente y una creyente en crisis se enamoran. Ambos son conscientes del dilema, y aunque se quieren, no quieren empezar una relación, ya que la coherencia con sus formas de ver el mundo es importante para ellos, y no ven cómo podrían conciliar sus diferencias en un futuro juntos. Él, egoístamente, confía en que la crisis que ella tiene pueda llevarla a dejar de creer. Eso seguramente facilitaría el futuro. Quizás eso haría factible la relación. Ella siente que hay algo más, no puede evitar intuir un dios, pero no lo ha experimentado. Ahí radica su crisis: busca y no encuentra una experiencia de Dios. El tiempo pasa, la cuerda se tensa. El amor se hace insoportable y estalla. Las diferencias dejan de importar: los polos opuestos no solo se atraen: chocan, colapsan, chispean, se abrazan, llueven, giran, tormentan, se besan y relampaguean. Después de un poco, truenan.
La relación progresa, pero nada cambia. La cuerda se tensa: así no se puede plantear un futuro realista cerca. La fricción asoma, los roces aumentan. Se aguanta por la piel, se aguanta por la esencia. Se aguanta por el placer y el amor de la presencia. Pero: lo que Dios ha separado que no lo una el hombre. Lo inevitable llega. La ruptura civilizada, que sabe a mierda.
El tiempo, la soledad y el dolor pasan, y a ella, la experiencia de Dios no le llega. Y sin embargo, su intuición... Esa intuición de mierda que de él la aleja. Poco a poco -ni se da cuenta- la creencia se difumina, como una botella enterrada por la arena. De pronto, de golpe, ¿qué ha pasado? Se da cuenta de que se siente vacía, suicida: atea completa. Con cautela y mil recelos, vuelve a él y se lo cuenta. Él no da crédito. Primero lo niega. Después lagrimea. ¿Esto es posible, entonces? ¿Estamos en la misma mierda? ¿Conoces el vacío agobiante y profundo de despertar después de la creencia? Abrázame: me sanas. Abrázame: me llenas.
Y en el momento del abrazo, y las lágrimas, y el amor pleno, a ella, la mecha de la eterna crisis de pronto, de verdad, se le apaga. Ha ocurrido lo impensable. Él la ha acogido de vuelta. Con él, ella puede sentirse completa. Había un gran plan. Esta era la meta. De pronto, como una losa, la experiencia de Dios le llega.
La relación progresa, pero nada cambia. La cuerda se tensa: así no se puede plantear un futuro realista cerca. La fricción asoma, los roces aumentan. Se aguanta por la piel, se aguanta por la esencia. Se aguanta por el placer y el amor de la presencia. Pero: lo que Dios ha separado que no lo una el hombre. Lo inevitable llega. La ruptura civilizada, que sabe a mierda.
El tiempo, la soledad y el dolor pasan, y a ella, la experiencia de Dios no le llega. Y sin embargo, su intuición... Esa intuición de mierda que de él la aleja. Poco a poco -ni se da cuenta- la creencia se difumina, como una botella enterrada por la arena. De pronto, de golpe, ¿qué ha pasado? Se da cuenta de que se siente vacía, suicida: atea completa. Con cautela y mil recelos, vuelve a él y se lo cuenta. Él no da crédito. Primero lo niega. Después lagrimea. ¿Esto es posible, entonces? ¿Estamos en la misma mierda? ¿Conoces el vacío agobiante y profundo de despertar después de la creencia? Abrázame: me sanas. Abrázame: me llenas.
Y en el momento del abrazo, y las lágrimas, y el amor pleno, a ella, la mecha de la eterna crisis de pronto, de verdad, se le apaga. Ha ocurrido lo impensable. Él la ha acogido de vuelta. Con él, ella puede sentirse completa. Había un gran plan. Esta era la meta. De pronto, como una losa, la experiencia de Dios le llega.
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Estatua del Museo Rodin, París. |
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